@BarbaraCabrera
“La
causa mayor de revoluciones, es que mientras las naciones avanzan al trote, las
constituciones van a pie”
Thomas
Macaulay
Siendo partícipe de la realidad y
ciudadana proactiva 24/7, al leer las múltiples declaraciones de amor
constitucional, sobre todo después de las 11 reformas estructurales del
peñanietismo y comparsas que en efecto están “moviendo a México” a contrario sensu de como cualquier
ciudadano pensante lo quisiera; de manera constante me reencuentro con una joya
digna de análisis: el artículo 39 de la multireformada Constitución Política de
los Estados unidos que data de 1917, cuando otras eran las circunstancias y
necesidades.
Recordemos su texto:
“La
soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder
público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo
tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de
su gobierno.”
Los hechos y la realidad urgen la expedición de un nuevo texto
constitucional, digamos que estamos ante eventos en este #MéxicoLindoyHerido
que ha superado esas reglas del juego antiquísimas. La cuestión es… ¿Estamos preparados para un nuevo
constituyente?
El camino
está plagado de complejidades, que incluye una sociedad-gobierno poco preparada
para asumir con seriedad un cambio sustancial que vaya más allá de reformas
estructurales.
Si vemos
más allá de lo evidente, ese poder revisor del texto constitucional no debe, ni
puede ser cualquiera; a éste desde el inicio corresponde ponérsele límites,
esencialmente de dos tipos: temporales, que señalarán puntualmente el tiempo de
su encargo; y, los axiológicos, que como mínimo versarán en la
observación/respeto por el principio democrático –tal olvidado y vituperado en
estos tiempos convulsos- así como por los derechos humanos, que son dejados en
el tintero.
En la
actualidad, la
Constitución se ha convertido en el plan de gobierno del
presidente en turno, convirtiéndola en una agenda que deriva en reformas
parciales/estructurales que se circunscriben al Poder Ejecutivo y su
administración pública, observando tímidamente los requerimientos de una
sociedad cada vez más demandante y ávida de reglas del juego acordes a estos
tiempos.
Aludiendo
a la
Ingeniería Constitucional Comparada de Giovanni Sartori
¿sabemos qué reformar y cómo lo vamos a hacer?, el politólogo es contundente al
advertir que las reformas realizadas llevan la huella de reformadores muy
incompetentes; yo agregaría, los compromisos, la corrupción, impunidad y
servilismo político se anteponen al legislador que pareciera no observar, ni
interesarle la realidad imperante; como si nada lo afectara.
En estas
circunstancias, lejos estamos del espíritu de la Constitución que nos
dio el constituyente de Querétaro de 1917.
Los
tópicos a considerar para un nuevo texto constitucional son vastos: se
requiere, entre muchos otros, un rediseño de la democracia participativa: referéndum,
plebiscito y revocación de mandato; nuevos derechos ciudadanos; los tópicos
educativos deben ser replanteados, a la par que somos sabedores que los
derechos sociales en la
Constitución mexicana han quedado rezagados, y que decir de
las Derechos derivados de la Era Digital
en que estamos inmersos y de la revolución tecnológica en que somos partícipes.
En esta
tesitura, es imperativo dar continuidad al debate que dio inicio hace unas
décadas, de manera seria y organizada. Los tradicionalistas deben perder el
miedo de considerar la posibilidad de conceder a las nuevas generaciones una
nueva Constitución, adecuada a la realidad del siglo XXI.
Desde este espacio y en diferentes
palestras seguiré pugnando porque el pacto social sea renovado para brindarnos
y legar a las futuras generaciones uno adecuado a las circunstancias reinantes.
Mientras ello ocurre, recuerden votar para no botar ese valioso ejercicio de
ciudadanía y como ha convocado de manera constante el Doctor Samuel Hernández
Apodaca, en Twitter @iusfilosofo,
este 7 de junio acude a las urnas y quitémosle el Congreso a Peña.
¡No nos baste con elementales declaraciones de amor
constitucional!
Es todo por hoy.
¡Hasta la próxima Nornilandia!