20 dic 2010

DISCIPLINA PARTIDISTA EN EL PODER LEGISLATIVO

@BarbaraCabrera

“El legislador no debe proponerse la felicidad de cierto orden de ciudadanos
con exclusión de los demás, sino la felicidad de todos”

Platón


El presidente fue considerado por mucho tiempo como el gran elector; principio casi posrevolucionario que se aplicó durante décadas y hasta 1997 con la perdida del control de la mayoría legislativa en la Cámara de diputados por parte del Partido Revolucionario Institucional.

Son pocos los autores que tratan de orientar sobre el significado de tan elemental principio de la política mexicana, que nos recuerdan a los discursos del nonagenario dirigente de la CTM, Fidel Velázquez Sánchez.

En realidad, como señala Everardo Díaz Gómez, en el Desempeño legislativo y disciplina partidista en México: la Cámara de Diputados, 2000-2003 “…No existe una abundante bibliografía respecto a los estudios legislativos en México, particularmente en lo que se refiere a estudios de cohesión partidista y desempeño legislativo durante el gobierno sin mayoría. Sencillamente, tenía poco sentido hacerlo en un contexto político donde el partido oficial controlaba, siempre con comodidad, la presidencia y ambas cámaras. Sin embargo, tras las elecciones federales del 6 de julio de 1997, la pérdida de la mayoría del PRI en la Cámara de Diputados llevó a que se activara el interés en el tema en México…”

Y en este punto es oportuno responder a la pregunta ¿Qué es la disciplina partidista? Y señalo que ésta consiste en la obligación que se atribuye al miembro de un grupo parlamentario para participar con su voto en el proceso de toma de decisiones parlamentarias, haciendo causa común con los demás miembros de su grupo.

En nuestro país, el tema de la disciplina partidista había sido un problema bien resuelto en ambas cámaras del Congreso de la Unión; pues bajo el régimen priísta, la disciplina se traduce en “cuadrarse ante el presidente” de la República. Acto que se consolidaba en el folklórico besa manos, que cada año se escenificaba después del informe de gobierno.

Es decir, el único acuerdo que estableció el legislativo por mucho tiempo era aceptar que estaban de acuerdo con lo que el Presidente decía. Por fortuna el escenario político del Congreso mexicano ha cambiado y, puesta en marcha la democratización del país, esta situación observó importantes ajustes derivados del afianzamiento de la competencia y el pluralismo en los escenarios de la política. No obstante, es una situación que no se ha erradicado del todo y ahora se reproduce al interior de las propias Cámaras, si no ¿Que pasa si en el debate en comisiones un legislador percibe que la iniciativa es un sin sentido, o que un legislador difiere de la postura de su partido en el pleno?, ¿Qué debe hacer el legislador: mantener la postura fijada por su partido o actuar de acuerdo a su criterio?

Parece pertinente recuperar aquí la distinción entre la autodisciplina -referida a la que los integrantes de una bancada se imponen a sí mismos- y la heterodisciplina -impuesta desde afuera por la dirigencia partidista.

En tal sentido, es importante referir las ideas que Giovanni Sartori tiene al respecto, para él cuando la segunda opción supera a la primera, la Asamblea se transforma en mera caja de resonancia de decisiones elaboradas en el exterior. El monolitismo en las posiciones y la inflexibilidad de actitudes sustituye la disposición al diálogo y al entendimiento con otras corrientes políticas, y la garantía de coherencia técnica en los productos legislativos se ve gravemente comprometida.

En este orden de ideas, la disciplina en el Congreso tiene su soporte no solo legal, sino también coercitivo, pues es un candado que se establece para las aspiraciones de los legisladores, en la medida en que éstos son subordinados se enfrentan ante dos escenarios, uno recibir como recompensa un futuro espacio, si su disciplina es para con el Ejecutivo o algún otro espacio como candidaturas, si lo es con su partido. Por otra parte, también está el que se enfoca en sacar proyectos políticos propios del progreso del partido que lo postuló.

En suma, la disciplina partidista se ha convertido en una especie de requisito indispensable para asegurar el éxito del trabajo legislativo a favor de los intereses, los programas y muy eventualmente de las necesidades de los electores; situación que evidentemente debe ser modificada, por lo cual es imprescindible modificar desde la legislación el sistema de partidos imperante.


Por hoy es todo, ¡nos leemos la próxima!