@BarbaraCabrera
“Tendríamos menos disputas en el
mundo si se tomaran las palabras por lo que son, signos de nuestras ideas
solamente, y no por ellas mismas”
John Locke
La libertad de expresión es un derecho humano o derecho
fundamental, reconocido así en el artículo 19 de la Declaración Universal de
los Derechos Humanos de 1948; aunado a que las Constituciones de los sistemas
democráticos también lo estatuyen. De esta libertad, es oportuno decir, derivan
algunas otras libertades; de ahí radica su trascendencia. (Léanse los artículos 6, 7 y 9 de la
Constitución Política de los Estados Unidos mexicanos).
Ahora bien, si recurrimos a los filósofos clásicos como
Voltaire, Rousseau o Montesquieu, coinciden en que la posibilidad de disentir
promueve el avance de las artes y las ciencias, a la par de la auténtica
participación política.
Pese a lo anterior, aún en tiempos modernos, persiste la idea
de algunos creativos gubernamentales en promover la exclusión de palabras como
si por ese solo hecho y a manera de varita mágica las problemáticas
desaparecieran.
Tal es el caso del multicitado y recurrido narcolenguaje; un
debate que no es nuevo, pero que cobra importancia debido a la lamentable
situación por la que han transitado diversos países, recordemos el caso de Colombia
en tiempos de Pablo Escobar; y que decir del aún #MéxicoLindoyHerido con la
lista casi interminable de narcos y carteles con las debidas consecuencias de
un Estado fallido y estrategia que no ve un final cercano.
Recientemente, la Secretaria de Gobernación bajo la
aseveración “comunicar es gobernar” llamó a hacer el esfuerzo para no
reproducir este particular lenguaje; con el argumento de que “el crimen
organizado ha terminado por imponer sus términos a los medios al lograr que se
vuelvan de uso común palabras como levantón, encajuelados, encobijados, entre
otros”
Y esto no es lo único que ha acontecido, en 2011 en Tijuana y
Sinaloa se prohibieron la difusión de narcocorridos y la presentación de artistas
de dicho género musical; haciendo la invitación para que dichas acciones se
extendieran a nivel nacional. El jueves 11 de abril de 2013, la Suprema Corte
de Justicia de la Nación, revirtió el Decreto emitido en mayo de 2011 suscrito
por el Gobernador de esa entidad Mario López Valdez, a través del cual se
prohibían los narcocorridos en bares, cantinas y centros nocturnos de ese
Estado.
Al respecto, diversos activistas, académicos e investigadores
manifestaron que su prohibición es un acto de censura encubierto; esto es, a
través de estas expresiones se refleja y explica el clima de violencia, no se
genera. Prohibirlos sería tanto como dar la vuelta a un asunto que requiere
acciones estructurales en contra de la impunidad, corrupción y complicidad,
dirigiendo las baterías a incrementar las oportunidades de empleos, mejor
educación y no solo buenas intenciones que de la tinta no pasan.
No se olvide que dichos vocablos ya forman parte del
Diccionario de americanismos de la Real Academia de la Lengua Española. (Para mayores datos véase la Columna
Nornilandia: “Narcolenguaje y la chingada” http://columnanornilandia.blogspot.com/2011/12/narcolenguaje-y-la-chingada.html) Y su sola inclusión se debe al recurrente uso
de los mismos, sin que ello implique se incite a su activismo.
Esta reflexión debe ir mucho más allá del purismo en el
lenguaje, se debe observar el derecho inalienable y fundamental a la libertad
de expresión consagrada en diversos instrumentos internacionales y en la propia
Constitución Federal. Hoy se invita a eliminar el narcolenguaje, mañana ya se
verá que más palabras desterrar (por lo menos en la letra) para lograr quien
sabe que cosa. ¿Y la libertad de expresión? ¡Que más da!
Es todo por hoy.
¡Nos leemos la
próxima Nornilandia!