@BarbaraCabrera
“¡Que pobre memoria es
aquella que solo funciona hacia atrás!”
Lewis Carroll
Recientemente
leí una nota que llamó particularmente mi atención, las interrogantes lanzadas
giraban en torno a dilucidar si es posible tener Derecho al olvido, si existe
la posibilidad de borrar el pasado. Por supuesto, se trataba de una reflexión
relacionada a la Era Digital y las diversas herramientas utilizadas para
múltiples fines teniendo como punto de convergencia Internet.
Imagen de Glup 2.0 |
Hasta
el día de hoy, ningún servicio digital puede ser forzado a remover los datos
personales sensibles que se encuentren en la Web en todas sus manifestaciones;
es decir, nuestra huella digital tecnológica llegó para no ser borrada. Así
entonces se construye lo que conocemos como reputación digital y con ello hemos
de transitar y permanecer.
Posibles
soluciones aludidas en la lectura serían eliminar todas las cuentas on-line que
poseemos. Buscar las fotos donde estemos taggeados. Borrar todo nexo y liga con
productos relacionado con los buscadores (Google, el más importante). Suprimir
cualquier página Web que tenga nuestro nombre. Reclamar a los dueños de los
sitios para que eliminen nuestro nombre. Hacer búsquedas periódicas para
repetir la operación.
Sin
duda mis lectores, lo anterior es una labor colosal con un tinte de misión
imposible.
Del
otro lado y como parte complementaria de la e-plaza, tenemos los diversos
acontecimientos suscitados en la arena política, espacio que recibe un
tratamiento distinto al de la tecnosfera.
Mientras
allá los registros no son susceptibles de ser eliminados, ni olvidados. De este
otro, baste un nuevo hecho para constituirse en efecto distractor del anterior
y así nos vamos.
Imaginemos
por un momento que en la construcción de ciudadanía comprometida, proactiva y
dispuesta a colaborar desde sus trincheras al rescate de este aún
#MéxicoLindoyHerido, poseyéramos el derecho básico e inalienable a tener larga
memoria de los políticos, la política, las acciones y omisiones gubernamentales.
Que se tuviera especial observación de aquellas promesas caídas de quien
después –por razones varias y no siempre las idóneas- se apoderan de los
puestos públicos con miras a permanecer ahí.
Con
un historial de esta índole seguramente muchos no votarían por quien lo hace,
segura estoy que los personajes reciclados y desgastados enquistados en el
poder estarían en otro lado, serían puestos en su justa realidad. De repente
nos vemos bombardeados y rodeados de Pactos de honor, promesas firmadas, semáforos
por la democracia, discursos; leyes nuevas y muchas más que suman un sin número
de reformas inadecuadas; políticas públicas ocurrentes y mal encausadas.
Y
como si se tratará de condición de vida, llega el olvido. Seis letras cuyo
significado es distinto y deseable en la vida digital, no así en la
cotidianeidad, donde pocos recuerdan lo que hicieron los funcionarios el
sexenio o trienio pasado. Donde unos cuantos son juzgados a manera de hacer
saber -por parte los poderosos en turno- que se cuenta con los mecanismos para
tranquilizar a la ciudadanía y los ímpetus de aquellos pretensiosos de meterse
con “sus intereses”.
El
diagnóstico es un síndrome contemporáneo de memoria selectiva. Los insto a
dejarlo atrás, a hacernos inmunes a ello. A pugnar por un “no olvido” y un “sí
actúo”.
Al
respecto, permítaseme recordar a José Saramago quien alguna vez dijo que somos
la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos. Sin memoria no
existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir.
Hagámoslo
realidad, usemos esa memoria, pugnemos por esos registros ciudadanos para
lograr un mejor porvenir.
Es
todo en esta Nornilandia, nos leemos la próxima.