2 jul 2013

“¿DERECHO AL OLVIDO O DESMEMORIA?”

@BarbaraCabrera

“¡Que pobre memoria es aquella que solo funciona hacia atrás!”
Lewis Carroll

Recientemente leí una nota que llamó particularmente mi atención, las interrogantes lanzadas giraban en torno a dilucidar si es posible tener Derecho al olvido, si existe la posibilidad de borrar el pasado. Por supuesto, se trataba de una reflexión relacionada a la Era Digital y las diversas herramientas utilizadas para múltiples fines teniendo como punto de convergencia Internet.

Imagen de Glup 2.0

Hasta el día de hoy, ningún servicio digital puede ser forzado a remover los datos personales sensibles que se encuentren en la Web en todas sus manifestaciones; es decir, nuestra huella digital tecnológica llegó para no ser borrada. Así entonces se construye lo que conocemos como reputación digital y con ello hemos de transitar y permanecer.
Posibles soluciones aludidas en la lectura serían eliminar todas las cuentas on-line que poseemos. Buscar las fotos donde estemos taggeados. Borrar todo nexo y liga con productos relacionado con los buscadores (Google, el más importante). Suprimir cualquier página Web que tenga nuestro nombre. Reclamar a los dueños de los sitios para que eliminen nuestro nombre. Hacer búsquedas periódicas para repetir la operación.
Sin duda mis lectores, lo anterior es una labor colosal con un tinte de misión imposible.
Del otro lado y como parte complementaria de la e-plaza, tenemos los diversos acontecimientos suscitados en la arena política, espacio que recibe un tratamiento distinto al de la tecnosfera.
Mientras allá los registros no son susceptibles de ser eliminados, ni olvidados. De este otro, baste un nuevo hecho para constituirse en efecto distractor del anterior y así nos vamos.
Imaginemos por un momento que en la construcción de ciudadanía comprometida, proactiva y dispuesta a colaborar desde sus trincheras al rescate de este aún #MéxicoLindoyHerido, poseyéramos el derecho básico e inalienable a tener larga memoria de los políticos, la política, las acciones y omisiones gubernamentales. Que se tuviera especial observación de aquellas promesas caídas de quien después –por razones varias y no siempre las idóneas- se apoderan de los puestos públicos con miras a permanecer ahí.
Con un historial de esta índole seguramente muchos no votarían por quien lo hace, segura estoy que los personajes reciclados y desgastados enquistados en el poder estarían en otro lado, serían puestos en su justa realidad. De repente nos vemos bombardeados y rodeados de Pactos de honor, promesas firmadas, semáforos por la democracia, discursos; leyes nuevas y muchas más que suman un sin número de reformas inadecuadas; políticas públicas ocurrentes y mal encausadas.
Y como si se tratará de condición de vida, llega el olvido. Seis letras cuyo significado es distinto y deseable en la vida digital, no así en la cotidianeidad, donde pocos recuerdan lo que hicieron los funcionarios el sexenio o trienio pasado. Donde unos cuantos son juzgados a manera de hacer saber -por parte los poderosos en turno- que se cuenta con los mecanismos para tranquilizar a la ciudadanía y los ímpetus de aquellos pretensiosos de meterse con “sus intereses”.
El diagnóstico es un síndrome contemporáneo de memoria selectiva. Los insto a dejarlo atrás, a hacernos inmunes a ello. A pugnar por un “no olvido” y un “sí actúo”.
Al respecto, permítaseme recordar a José Saramago quien alguna vez dijo que somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos. Sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir.
Hagámoslo realidad, usemos esa memoria, pugnemos por esos registros ciudadanos para lograr un mejor porvenir.


Es todo en esta Nornilandia, nos leemos la próxima.