16 ene 2013

“LOS SIMULADORES”


@BarbaraCabrera

“En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario”
George Orwell

Erase que se era un país donde la mayoría de sus habitantes solían hacer lo contrario a lo que dictaban los cánones del progreso: votaban por aquellos que les pagaban con migajas; dormían hasta entrado el mediodía; creían que los políticos eran comediantes y entonces reían de su comportamiento; permitían que agentes nocivos se apoderaran de las plazas públicas y mejor se iban a descansar a sus casas viendo el programa de moda en la televisión; ganaban lo mínimo indispensable para vivir al día y manejaban a diestra y siniestra el anhelado dinero plástico.
Aún así, no se quejaban, no pedían más de lo poco que recibían, hacerlo sería como traicionar su naturaleza. Sus sueños eran rosas y gratificantes, nada los perturbaba; se dice que tenían la creencia de que los noticieros –repletos de notas policíacas  sea por sensacionalismo o por obvias razones- era algo que formaba parte de un mundo que no les correspondía resolver, ni enfrentar. Consideraban a sus representantes y gobernantes como una élite intocable, ni el pétalo de una crítica debía atreverse a contradecirlos. Era un país conocido como “los simuladores”
En ese lugar se vivía una época de nerviosismo legislativo, donde se entendía que la solución era expedir más leyes; había un exceso de políticas públicas inalcanzables; se coexistía con  una administración de justicia retardada, que distaba de cumplir los mandatos constitucionales. Aderezando todo ello, se encontraba la permanencia y creación de más y más instituciones y dependencias para erradicar lo que desde ahí se practica: la corrupción y la impunidad en un ambiente de complacencia ciudadana. Simuladores al fin y al cabo.
Así, los cada vez más gravosos impuestos se destinaban a la manutención de una burocracia en franco crecimiento; a Institutos de Transparencia, Comisiones defensoras de los Derechos Humanos; a organismos para erradicar SU propia corrupción; a establecer Pactos para subsistir; a crear Institutos para emprendedores, para mujeres, para jóvenes, para adultos mayores… La lista sigue y sigue, ya que los líderes de los simuladores parecen no poseer límites, ni frenos. Frente a ellos está una mayoría que sobrevive al mero estilo orwelliano; y aquellos que se atreven a romper los límites son una minoría informada, proactiva, inconforme de un sistema caduco y de instituciones que en vez de ser revisadas se multiplican. No obstante, no todo está perdido en el país de los simuladores, sé muy bien que aquellos atrevidos harán la diferencia e irán en efecto dominó cambiando aquello que hoy parece no moverse, donde el status quo sigue siendo el rey.

Por hoy es todo.
¡Nos leemos la próxima Nornilandia!