@BarbaraCabrera
“En
tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto
revolucionario”
George
Orwell
Erase que se era
un país donde la mayoría de sus habitantes solían hacer lo contrario a lo que dictaban
los cánones del progreso: votaban por aquellos que les pagaban con migajas;
dormían hasta entrado el mediodía; creían que los políticos eran comediantes y
entonces reían de su comportamiento; permitían que agentes nocivos se
apoderaran de las plazas públicas y mejor se iban a descansar a sus casas
viendo el programa de moda en la televisión; ganaban lo mínimo indispensable para
vivir al día y manejaban a diestra y siniestra el anhelado dinero plástico.
Aún así, no se
quejaban, no pedían más de lo poco que recibían, hacerlo sería como traicionar
su naturaleza. Sus sueños eran rosas y gratificantes, nada los perturbaba; se
dice que tenían la creencia de que los noticieros –repletos de notas policíacas sea por sensacionalismo o por obvias razones- era algo que formaba
parte de un mundo que no les correspondía resolver, ni enfrentar. Consideraban
a sus representantes y gobernantes como una élite intocable, ni el pétalo de
una crítica debía atreverse a contradecirlos. Era un país conocido como “los
simuladores”
En ese lugar se
vivía una época de nerviosismo legislativo, donde se entendía que la solución
era expedir más leyes; había un exceso de políticas públicas inalcanzables; se
coexistía con una administración de
justicia retardada, que distaba de cumplir los mandatos constitucionales.
Aderezando todo ello, se encontraba la permanencia y creación de más y más
instituciones y dependencias para erradicar lo que desde ahí se practica: la
corrupción y la impunidad en un ambiente de complacencia ciudadana. Simuladores
al fin y al cabo.
Así, los cada
vez más gravosos impuestos se destinaban a la manutención de una burocracia en
franco crecimiento; a Institutos de Transparencia, Comisiones defensoras de los
Derechos Humanos; a organismos para erradicar SU propia corrupción; a
establecer Pactos para subsistir; a crear Institutos para emprendedores, para
mujeres, para jóvenes, para adultos mayores… La lista sigue y sigue, ya que los
líderes de los simuladores parecen no poseer límites, ni frenos. Frente a ellos
está una mayoría que sobrevive al mero estilo orwelliano; y aquellos que se
atreven a romper los límites son una minoría informada, proactiva, inconforme
de un sistema caduco y de instituciones que en vez de ser revisadas se
multiplican. No obstante, no todo está perdido en el país de los simuladores,
sé muy bien que aquellos atrevidos harán la diferencia e irán en efecto dominó
cambiando aquello que hoy parece no moverse, donde el status quo sigue siendo el rey.
Por hoy es todo.
¡Nos leemos la
próxima Nornilandia!