@BarbaraCabrera
“La corrupción lleva infinitos
disfraces”
Frank Herbert
Un asunto controvertido que ahora cobra nueva vigencia
en este #MéxicoLindoyHerido es el relativo al avión presidencial, que algunos
han calificado como el “palacio flotante” y no es para menos; en redes sociales
y algunos medios de comunicación han detallado este caso, cuya explicación es
que la decisión de cambiar el transporte aéreo presidencial se tomo después de
una “amplia reflexión”, aunado a que ya habían fallecido dos Secretarios de
Gobernación en accidentes aéreos: Juan Camilo Mouriño (en 2008) y Francisco
Blake Mora (en 2011) por lo que su adquisición asegura un grado de seguridad ya
que este modelo es comparado con un búnker no ofrecido por ningún otro avión de
este tipo, rematando con el argumento de que “se trata de una decisión de
Estado”
Resumido a cuestiones monetarias, el Boeing Dreamliner 787 (cuyo costo será de 6,769.9 millones y será pagado en 15 años)
comenzará a funcionar en septiembre de 2015, una vez que se le terminen de
hacer adecuaciones, ya que en estos momentos es un cascarón, lo confesó Gerardo
Ruiz Esparza, quien se ostenta como Secretario de Comunicaciones y Transportes.
Para la desmemoria, recordemos que ésta no es una
hazaña exclusiva del señor Peña (actual inquilino de la Residencia oficial de
Los Pinos), sino que fue un “obsequio” de fin de sexenio de Felipe Calderón,
aprobado por el equipo de transición. En aquél 2012 trascendía que el costo de
la aeronave alcanzaría el costo de 4 mil 800 millones de pesos; es decir,
actualmente y con adecuaciones incluidas el precio se incrementa 1,969.9
millones; eso si no surgen gastos extras.
¿En serio el señor Peña necesita un avión de esta
magnitud? ¿Cómo justificar racionalmente la adquisición de la aeronave cuando
no se han resulto problemáticas urgentes en este país? ¿Esa “amplia reflexión”
incluyó un concienzudo análisis de la pobreza, inseguridad y falta de
oportunidades que enfrenta un porcentaje importante de la población en México?
Las posibles respuestas y explicaciones apuntan hacia
la corrupción de múltiples disfraces, acompañada de impunidad y complicidad,
donde México es campeón.
No obstante, ese es solo uno de los frentes abiertos
que aportan a ese fenómeno de desafección de los ciudadanos hacia la política.
Resulta que la violencia va in crescendo
y con el, la intolerancia de unos contra otros.
Hace apenas unas semanas estalló el hartazgo de
estudiantes, que nos hace reflexionar que aquel movimiento #YoSoy132 fue light; hoy los jóvenes parecen toman las
riendas, para intentar resolver o por lo menos llamar la atención del grado de
descomposición en que estamos inmersos. Lo cual apunta a que un futuro mejor sí
es posible.
No obstante, la violencia está generando más
violencia. El lunes 13 de octubre de 2014, estudiantes normalistas, junto con
activistas de la Coordinadora Estatal
de Trabajadores de la
Educación en Guerrero (CETEG) en torno a la manifestación
para exigir regresen vivos a los 43 normalistas desaparecidos, en su impotencia
y cerrazón gubernamental atacaron el Palacio de Gobierno (cuyo titular se
aferra a no pedir licencia a su puesto para coadyuvar a apaciguar el entorno);
el Congreso local, y el ayuntamiento de Iguala (cuyo presidente municipal y
esposa andan a salto de mata desde la desaparición forzada de estudiantes)
Las protestas se intensificarán y recibirán apoyos no
solo de otras Universidades del país, sino de la ciudadanía que está cansada de
tanta caradura del gobierno.
Y en el mundo peñanietista (cuya principal política
pública parece ser “el avióooon… el avióooooon” por aquello de la especialidad en evadir la
realidad con líneas discursivas grandilocuentes en cadena nacional que
únicamente creen sus aplaudidores y defensores a ultranza); donde la
inseguridad va a la baja; donde las manifestaciones se minimizan reduciéndolas
a un grupúsculo de rijosos inconformes; donde las oportunidades son cada vez
mayores y mejores; donde las inversiones están en jauja y, por ende, vamos que
volamos a primer mundo. En ese mundo, el señor Peña convocó a que la sociedad y
el gobierno tengan “imaginación, proyectos, asumir actitud propositiva y
constructiva” y continúa diciendo “es más fácil avanzar, continuar y modelar la
sociedad de progreso y desarrollo cuando hay disposición en los gobiernos”
(supongo que no estaba en su mente el caso mexicano), si es así hagamos fila
afuera de Los Pinos y Secretarías dependientes para ser escuchados y dejar
nuestras propuestas para rescatar lo que nos queda de país.
Por otra parte, la noche del domingo del 12 de octubre,
la policía investigadora ministerial de Chilpancingo agredió a balazos a un
grupo de estudiantes que se trasladaban en una camioneta rumbo a la ciudad de
México después de pasar un fin de semana en Acapulco. El saldo, un ciudadano
alemán herido y al menos 20 policías detenidos y parte de una comunidad
estudiantil azorada, así como ciudadanos indignados.
Al respecto, una estudiante francesa de intercambio en
el TEC de Monterrey campus ciudad de México inquirió: ¿Les parece normal esta
violencia? Un mexicano que estudia Relaciones Internacionales le contesta
frente a grupo “Deben recordar que vivimos en un estado de conflicto. Hay una
guerra contra el narco y vivimos en un país donde esas noticias son cotidianas
y las imágenes que difunden los medios se tornan normales”
No sé ustedes, pero a mi me alarman este tipo de
normalidades, perder esa capacidad de asombro, es como asumir y esperar a que
nada malo nos pase sin hacer algo por mejorar la situación.
Y cuando cuestionamos por varios frentes las
decisiones de este gobierno en sus diversos niveles y a los tres poderes, la contestación
recurrente continúa siendo: el avióooon… el avióooooon
A pesar de ello, las respuestas a nuestros sinnúmeros
de preguntas deben llegar, es preciso pugnar por ellas, y actuar en
consecuencia.
Estamos en una época de reflexiones que nos deben
conducir a acciones. El país sigue ahí, esperándonos.
Por hoy es todo.
Nos leemos la próxima Nornilandia