“El populismo es cuestión de
retórica”
@BarbaraCabrera
Cuando escucho a
algún político o gobernante utilizar líneas discursivas grandilocuentes que
llevan implícita la fórmula mágica para cambiar la situación por la que
atraviesa su respectiva Nación; o bien, para hacer notar “el buen rumbo” por el
que conducen a su país, declarando entrelíneas, estar en jauja; y percatarme
que la realidad está alejada de esas peroratas, iniciativas, promesas y
decisiones, no puedo evitar ser una activa propagadora del sospechosismo, así
como sentir el timo al que estamos constantemente expuestos los ciudadanos en
relación a quienes -por una u otra razón- tienen las riendas en la conducción
de las políticas públicas.
Es peor aún
cuando un político le advierte a su pueblo sobre los riesgos que éste genera al
igual que la demagogia, cuando sus acciones evidentemente no lo respaldan. Tal
es el reciente caso del señor Enrique Peña Nieto, inquilino de Los Pinos, quien
–junto a sus secuaces- han intensificado su mensaje contra el populismo.
¿Qué es el
populismo? Debo decir a mis lectores que éste es un concepto que padece de
ambigüedades: es bueno y malo; adecuado e inadecuado. Peyorativo, la mayoría de
las ocasiones. Es pues, una de las nociones más confusas en el léxico político
moderno.
Para dilucidar
un poco al respecto, les diré que se
conceptualiza como aquella doctrina política que se presenta como defensora de
los intereses y aspiraciones del pueblo para conseguir su favor. En su sentido
peyorativo, populismo hace referencia a las medidas políticas que no buscan el
bienestar o el progreso de un país, sino que tratan de conseguir la aceptación
de los votantes, sin importar las consecuencias.
A pesar de sus
definiciones, populismo se torna en una expresión impresentable, a la cual
podemos poner el destinatario, dependiendo de nuestras perspectivas y
preferencias ideológicas. En esta tesitura, si las referencias son locales, los
ejemplos pululan debido a que vivimos en un país corrupto con sus carencias y
omisiones; o bien, abriendo el panorama, es oportuno observar fenómenos del
ámbito internacional, como el caso Español con el Partido Podemos, el
venezolano con el gobierno de Nicolás Maduro o al “suspirante” presidencial
republicano Donald Trump, en Estados Unidos.
Lo que es un
hecho, es que de nueva cuenta el populismo se pone en boga –por lo menos en los
discursos-, la pregunta es ¿Cómo detectarlo?. Aunque no hay respuesta unánime
para ello, veamos algunos síntomas de quien osa actuar como tal:
1) Tiende a convertir en
villanos a sus rivales, a los cuales utiliza como una de sus principales armas
para ganar adeptos, tanto del electorado como de la ciudadanía, una vez que ya
está en el poder.
2) Pretende ser el héroe de la escena política y utiliza
casi cualquier recurso de manera ilimitada –incluido el presupuesto público-
para lograr su objetivo.
3) Sabe muy bien que las emociones mueven voluntades, y
ante la escasez de su intelecto, se excede en su uso cual si su carrera no
fuera política ni gubernamental, sino un guión de telenovela barata o de
película de bajo presupuesto, con actores reciclados.
4) Vive entre la complejidad de las frases pre-elaboradas
de los discursos que le preparan, a la vez intenta huir de las marañas que leerlas
una y otra vez le ocasiona; por eso prefiere que las despensas, televisores y
cuantas prebendas se sumen –a costa de los impuestos que todos pagamos- y entregadas
a los sectores populares y necesitados, sean sus salvadoras.
5) A su alrededor son creadas y recreadas situaciones
dignas de un drama televisivo: el campesino que le agradece los apoyos, las
mujeres que lo vitorean, los jóvenes aplaudidores satisfechos recibiendo su
lonche, los ciudadanos portando la camiseta del partido en turno; entre otros
múltiples ejemplos y trucos que estoy segura todos conocemos muy bien.
6) Es un As en ofrecer soluciones rápidas, visibles y
supuestamente permanentes, que al final se vuelven meramente cosméticas, las
cuáles más que ayudar a resolver determinadas problemáticas, se regresan como boomerang con más complicaciones aún. Le
encanta crear la sensación de que están sucediendo un sinfín de cosas buenas y
anhela que ésta persita hasta el próximo proceso electoral.
7) Para lograr todo lo anterior -y más si fuera
necesario- se apoya en un equipo de intelectuales orgánicos para escribir sobre
ello, contrata por interpósita persona o dependencia gubernamental trolles y bots para el golpeteo y retransmitir el mensaje; es asiduo y
paranoico de las Redes Sociales; se rodea de comunicadores –a quien
recurrentemente tiene en la nómina- para que las mass media ideologice a determinado sector poblacional.
Tal parece que dicho
fenómeno llegó para quedarse y es un virus que se propaga en todo el orbe
¿seremos capaces de detectarlo y coexistir con el sin que nos dañe? No
olvidemos que este mundo, por sus habitantes, es tierra fértil para el
populismo y la demagogia.
Es todo por hoy.
Nos leemos la
próxima Nornilandia.
Es todo por hoy.